sábado, 24 de septiembre de 2011

Los muchos vuelos del avión perfecto.



A falta de fotos del avión perfecto, vaya esta del primer y último vuelo de la aeronave fabricada por el farmacéutico Klein. La máquina, tripulada por su inventor, salió y se precipitó desde el borde de la barda, del lado pampeano del río Colorado.


Los muchos vuelos del avión perfecto

Eduardo Ambrosetto, “Lalito”, me cuenta esta entrañable historia de don Santos, su abuelo.

“Mi abuelo se las ingeniaba para inventar y fabricar toda clase de cosas. Él había venido de Italia de jovencito, y extrañaba a la familia que había quedado allá. Entonces, como durante años no tuvo plata para pagar un viaje, se le ocurrió hacer un avión para ir hasta Italia y traerlos. Y lo hizo nomás… un avión perfecto, con madera, chapa y lona. Lo tuvo durante años, pero lo que no pudo fue encontrar un motor que sirviera para hacerlo volar. Después la situación económica de la familia mejoró; él, y los parientes de Italia, pudieron hacer sus viajes y verse más seguido.”

No es de extrañar entonces, concluye Lalo, que entre los herederos de Santos hayan existido pilotos de avión, inventores, fabricantes.

La imagen de Santos Ambrosetto soñando, ideando y construyendo su avión, me impacta con tremenda fuerza poética.

Admiro a ese hombre, que supo traducir la nostalgia a diseño, que a partir del extrañamiento construyó alas para volver hacia el encuentro. Lo admiro porque se puso a construir, alimentado por esa nostalgia de lo inaccesible, de lo querido y lejano.

Aquel avión perfecto nunca voló, según cierto relato que se limita a lo aparente. A mí se me hace que volaba todos los días, ida y vuelta, entre la avenida Italia de Villa Mitre, y la vieja Italia de más allá del mar.

Ese hombre sabía que todo verdadero viaje es, antes, un viaje imaginario; que no sirve de nada comprarse un pasaje vía aérea, si no soñás con la travesía y la llegada. El viaje de nuestros sueños no sólo es el más osado; es el único que de veras nos sucede. De nada sirve que vayas físicamente a otro mundo, si seguís pensando en los chismes del vecindario y la despensa.

El anhelo de volar ha exaltado siempre a los hombres. Hay noches en que soñamos que nos elevamos en el aire, y eso nos hace sonreír mientras dormimos. Y en este pueblo, cuando llegaban las noticias de la existencia de los aviones y de los viajes por aire, hubo más de un ingeniero aeronáutico y piloto graduados en la universidad del ingenio y del deseo, la única que vale.

En materia de aviación local, el avión del farmacéutico Klein es algo anterior al de Santos Ambrosetto. Una borrosa foto del archivo de José Miguel registra el momento del primer y último vuelo de este artefacto. Sobre el borde de la barda se alcanza a divisar un grupo de personas que rodea a una criatura parecida a un gran mamboretá. José Miguel contaba que el farmacéutico Klein había diseñado y construido ese avión de madera. Y luego, él mismo lo llevó a ese lugar eminente, y desde allí se lanzó. Tras un carreteo, se precipitó cuesta abajo. El inventor había querido que el ave mecánica demostrara su utilidad; hasta ese punto nomás alcanzó.

En cambio el avión de Santos Ambrosetto estaba ahí, impecable, perfecto, en el galpón. Volaba todos los días, como el cohete inmóvil del cuento de Bradbury o el avión inexistente en la película de Kusturika. Ningún viaje tan ambicioso como el de la tesonera nostalgia de este inventor.

Poesía pura y fuerte, la de esa pequeña aeronave casera que parecía estar quieta y volaba miles de kilómetros, una y otra vez. Diría que ese avión, siempre ahí, con la posibilidad no gastada en las alas, es la imagen de la necesaria y alta utopía. Pero me corrijo: porque la palabra utopía señala lo que no tiene lugar físico, inmediato, concreto. Y el avión perfecto no era utópico: estaba aquí, en un galpón a la vera de la avenida Italia. Yo debiera decir que era en realidad teletópico. Si la palabra no existe, que exista en homenaje a esta invención, desde hoy. La máquina inmóvil de los muchos viajes era teletópica porque conectaba inmediatamente ciertos puntos lejanísimos entre sí; podías subirte a ella en este pueblito de la Patagonia, y descendías al rato nomás, en aquel vecchio paese, en una remota y nativa comarca de ciudades con campanarios, viñedos y labriegos, donde todos hablaban tu mismo dialecto.

En estas tierras se han construido embalses, canales, usinas, fábricas, galpones, edificios de toda clase. Sin desconocerles todo su valor material y espiritual, ninguna de estas construcciones me parece tan espaciosa, tan bella y tan audaz como el avión perfecto de Santos Ambrosetto.

Lo reitero: admiro a ese hombre.