martes, 4 de noviembre de 2008

Los "Spee" en Argentina


TOCADOS, FUGADOS, HUNDIDOS
Peripecia y drama de los tripulantes del Graf Spee en Argentina


PRIMERA PARTE

No hay finales, ni felices


Una historia con final feliz es doblemente sospechosa. Pretende dar por concluidas ciertas cosas – seguramente antes de tiempo. Y elude preguntar quién establece los finales, para qué.

Cuando se trata de los tripulantes del Graf Spee (“los Spee”) que se quedaron en nuestro país, sorprende la rapidez con que ha cristalizado un relato socialmente correcto y sin conflictos. Ese relato comenzó a circular en vida y a la vista de la mayoría de los protagonistas, a pesar de ciertos hechos contradictorios. Según la versión canónica, los marineros de este buque, tras librar una batalla heroica a fines de 1939 en el Río de la Plata se aquerenciaron sin mayores dificultades en nuestro país. Muchachos “todos parecidos”, rubios y atléticos, ajenos a la guerra y al nazismo, aquí se casaron, constituyeron familias felices, fundaron pequeñas empresas vinculadas al desarrollo técnico y gozaron de reconocimiento social.

En los pliegues de esta versión quedan envueltos los olvidos: la historia del ebrio, la del que muere como indigente, la del que aún hoy se despierta gritando bajo los cañonazos que golpean su sueño, la del que ha perdido toda comunicación con sus hijos. Están las trayectorias de los fugitivos y los muertos misteriosamente muertos. Y es como para preguntarnos qué pasa con nosotros, con este espejo distorsivo de nuestra memoria social – rezagado o utópico, alterado siempre, literal nunca. Para eso, vayamos en busca de lo que el relato oficial no nos cuenta – acerca de ellos, o de nosotros mismos.

De la barraca al cuartel

Antes de terminar su adolescencia, los muchachos alemanes de la década de 1930 eran reclutados para el Servicio de Trabajo (RAD). En los barracones y campos del servicio les daban alojamiento, comida, dinero para pequeños gastos y ocupación en trabajos públicos. Pero, bajo el régimen nazi recién inaugurado en 1933, se les daba especialmente disciplinamiento e ideología. Una jerarquía de jefaturas y una vida cotidiana sin espacios privados ni elecciones individuales moldeaban a estos soldados adolescentes armados de palas lustrosas. Como en otros tiempos y lugares, la presión del desempleo masivo servía para manipular poblaciones y facilitaba el encuadramiento y la ideologización de los jóvenes.

Cuando terminaba el RAD , el voluntariado militar era una opción deseable. La Marina de Guerra recibía abundantes solicitudes juveniles, por el exotismo de sus destinos y la buena atención dada a sus hombres.

Todas las historias parecen ser una misma historia, cuando escuchamos a aquellos muchachos hoy octogenarios: un tránsito desde la barraca del Servicio de Trabajo a los cuarteles de la Escuela de Marinería, empujados por la desocupación y la pobreza. Los relatos eluden toda referencia política.

La asombrosa campaña del acorazado de bolsillo

El Admiral Graf Spee fue construido para burlar restricciones: las que Alemania había acordado con sus vencedores tras su derrota en la primera guerra mundial. Para cumplir con las limitaciones de tonelaje, los constructores navales desarrollaron novedosas aleaciones de acero. Botado en 1934, el Spee combinaba una abrumadora potencia de fuego con un menor peso, una mayor velocidad y una autonomía más amplia que sus homólogos. De ahí su nombre de “acorazado de bolsillo”, que en nuestras tierras se aplicó al infaltable petiso cascarudo de toda barra de amigos.

El Graf Spee y sus marineros conocieron otras aguas y guerras antes de venir al Plata: cruceros de entrenamiento por el Báltico y el Mar del Norte, presencia como factor de presión en la España de la Guerra Civil, en Memel. Con emoción en la voz, un “Spee” recuerda: una mañana en este puerto lituano, vio allá arriba un banderín especial: el Führer, Adolfo Hitler, estaba alojado en el buque.


El 21 de agosto de 1939, trece días antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, la nave zarpó de Alemania en viaje secreto. Se presentía la guerra; como en 1914, “era un extraño verano de anhelo / el ángel del odio batía un tambor en el cielo”... El 1º de setiembre la Wehrmatch invadía Polonia; el 3, Inglaterra y Francia declaraban la guerra al invasor.


El Spee ya rondaba en guerra de corso contra los mercantes ingleses por el Atlántico Sur. El 30 de setiembre ultimaba al vapor Clement, de Liverpool, su primera presa. Siguieron otras hasta totalizar nueve, con 50.089 toneladas de alimentos y materias primas hundidas; y sin una sola víctima propia o ajena.

Quedaba yugulada una ruta vital: el maíz, los combustibles, el yute y las carnes no llegaban a Inglaterra. El Escuadrón Sudamericano de la flota inglesa se puso a la caza del cazador. Cada carguero inglés radiaba una vez por hora su posición; cuando esto no sucedía, se orientaba la búsqueda hacia el último punto indicado.


El 13 de diciembre las tres naves británicas perseguidoras, el Exeter, el Ajax y el Achilles, rodearon al Spee frente a las costas uruguayas. Allí se produjo la batalla del Río de la Plata. Los cañones del Spee dejaron al Exeter fuera de combate y al Ajax con importantes averías. Pero el acorazado alemán, ya con pocas municiones, fue afectado en instalaciones vitales por los disparos ingleses. Su comandante, Hans Langsdorff, resolvió hacer escala en Montevideo. Bajo la presión diplomática de los británicos, el gobierno uruguayo fue estricto en la fijación de un plazo de 72 horas para que el buque se hiciera nuevamente a la mar. Por otra parte, Langsdorff estaba incorrectamente informado: los servicios de inteligencia británicos le hicieron creer que una poderosa flota, que incluía un portaaviones, lo esperaba a la salida del estuario. Así pues, antes de expirar el plazo el barco fue retirado de puerto y hundido por los propios germanos en aguas del Plata.

Las charlas de café y los comentarios de la prensa caen en una visión futbolística de la guerra. Para los diarios uruguayos, Langsdorff equivocó la jugada: el Exeter era una nave pequeña, y los otros dos navíos británicos estaban averiados...

Mientras el acorazado arde y se hunde, la gran mayoría de los 1055 tripulantes fue traída a Buenos Aires, desobedeciendo a la Prefectura uruguaya.

Y aquí empieza la historia de los Spee en Argentina.

Defraudados, internados y fichados

En el relato de los veteranos palpita un duradero resentimiento. Hasta hoy se repiten expresiones desdeñosas hacia los diplomáticos. Alguien recuerda que el embajador alemán, von Thermann, se acercó a saludar a Langsdorff en la barcaza que lo llevaba a Buenos Aires, y lo invitó a almorzar. Y elogia la respuesta del oficial: “Señor, aquí hay más de mil hombres que necesitan comer.”

También se filtra una resignada disconformidad con el gobierno argentino. Es que hubo una inconsecuencia. Tras consultar a los gobiernos de Argentina y Uruguay, los diplomáticos alemanes habían sugerido el desembarco en Buenos Aires, donde les habían asegurado el trato “como náufragos, que podrán ser repatriados” (según la Convención de La Haya de 1907); en cambio en Montevideo serían internados.

Pero esta expectativa fue defraudada. El canciller Cantilo, tras conversar con los embajadores aliados, propuso internar a estos “beligerantes”, ya no “náufragos”; el gabinete nacional siguió su criterio, y el presidente Ortiz decretó la internación.

Es que la Argentina estaba desgarrada por un conflicto interno. Se enfrentaban “germanófilos” y “aliadófilos”; pero la cuestión no era de política exterior, sino de dos concepciones enfrentadas de nación. Una vertiente autoritaria, jerárquica y tradicionalista, adoptaba los ropajes del nacionalismo y pregonaba sus simpatías con Hitler y Mussolini. En la vereda de enfrente, las corrientes liberales y la izquierda sostenían con mayor o menor sinceridad un ideario republicano, y congeniaban con Inglaterra, Francia y Estados Unidos. La reciente guerra civil española con la victoria de Franco, invitaba a pensar en las soluciones armadas. Había quienes cruzaban la calle cuando veían venir a uno del bando contrario; los simpatizantes de una u otra causa se reunían en confiterías enfrentadas.

En ese clima, a pesar de las protestas alemanas y de la amistosa visita del germanófilo Almirante Scasso, ministro de Marina, los marinos alojados en el Hotel de Inmigrantes fueron destinados a distintas localidades del interior.

Antes de partir, todos ellos iniciaron una duradera costumbre argentina: la de andar con el documento encima. Hasta los años 40 un argentino podía ir a una escribanía, registrar una compra y tan sólo declarar cuál era su nombre. Tras la revolución militar de 1943, la cédula se vuelve imperativa, hasta para comprar un pasaje de tren. Los “Spee” sirvieron para ensayar la nueva moda. En el Hotel de Inmigrantes se les confeccionó una Cédula de Internación que merece el regodeo de un periódico derechista: “tiene cubierta de tela gris, datos del titular, foto, dígito pulgar derecho, casillas para asentar el cumplimiento de las presentaciones ante las autoridades del lugar donde sea remitido, cada vez que así se disponga”. ¿Signo de modernidad, o de control?

Fugados y quedados

Aquí se produjo una primera división. Conforme a las Convenciones de La Haya, los oficiales recibieron un trato distinto: se les daba libertad bajo palabra en Buenos Aires. Los subsidios del gobierno argentino también marcaban las diferencias: 350 pesos mensuales para ellos, 90 para los marineros. Y distintos fueron los destinos. Mientras más de un marinero añoraba su país natal y deseaba una fuga imposible, 46 de los 50 oficiales “huyeron” a Alemania; muchos para hacerse cargo del mando de submarinos. La Argentina confirmaba una larga tradición en materia de evasiones pactadas de prisioneros, iniciada por los hermanos Rodríguez Peña en 1806.


Pero no sólo oficiales eran beneficiarios del privilegio de la fuga. En junio de 1942 ya otros 50 hombres habían huído hacia Alemania. Para 1945 los fugados sumaban 254 (la cuarta parte de la tripulación), en su mayoría suboficiales y técnicos en radio. Unos 60 en realidad permanecieron ocultos, haciendo espionaje en Argentina.

Las palabras y los silencios dibujan un croquis de las evasiones. Algunos oficiales superiores, junto con la inteligencia militar alemana y contando con la “distracción” de los militares argentinos, organizaron la escapada de quienes serían más útiles al poder, a la maquinaria bélica germana. Los otros tuvieron que quedarse en tierra extraña; alguno de ellos todavía siente la necesidad de aclarar que cierto oficial, que permaneció aquí, “no era de esos pitucos”.

Barracas, empresas, hoteles...

Otro Martín Pescador separó a los marineros internados. Algunos fueron acaparados de entrada por empresas o instituciones germanas. En la Embajada, en la aeronáutica Cóndor, la Siemens o la Merck, el Hotel Eden de La Falda o la Clínica El Diquecito, estaban mucho mejor que sus camaradas destinados a nuevas barracas, ahora en campos de internación, (como el de la IV División, camino a San Roque) con escasas posibilidades de empleo, distrayendo sus ratos de ocio con una costura o un tejido.

Las decisiones de las empresas alemanas no eran autónomas. Desde el ascenso de Hitler al poder se impuso una política de “unificación y coordinación” (Gleichschaltung) de todas las asociaciones, círculos, empresas y fundaciones alemanas en el exterior, incluída la Cámara de Comercio alemana en Argentina. También en este caso el poder separaba y escogía.


(Sigue en parte 2)

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