martes, 4 de noviembre de 2008

Los "Spee" en Argentina, 2

TOCADOS, FUGADOS, HUNDIDOS
Peripecia y drama de los tripulantes del Graf Spee en Argentina

Homenaje a los marineros alemanes muertos en la
batalla del Río de la Plata. El sacerdote también saluda
con la derecha en alto.

Parte 2

Los Spee en nuestra contienda

En la contienda argentina, que por momentos era una sorda guerra civil, los Spee fueron reclutados sin saberlo. Los que fueron internados en Córdoba en setiembre de 1939 saludaron la estatua del General San Martín con el brazo derecho en alto, el día de su llegada. Era el saludo marcial que ellos conocían y utilizaban. Pero el hecho fue criticado y concitó un acto de desagravio por parte de una agrupación radical. La simpatía inicial hacia estos muchachos rubios a los que se veía como víctimas, se diluye al paso del tiempo; con igual liviandad, pasan a ser denigrados como representantes del nazismo – precisamente ellos, los que no habían sido escogidos para regresar a la Alemania nazi. Hojeando los diarios, pasamos de las “extensivas manifestaciones de simpatía” del público cordobés el 21.3.1940, a las críticas implacables de sesenta días después. La propaganda aliada, el hundimiento de un mercante argentino (el “Uruguay”) el 27 de mayo de 1940, los rumores de que entre estos hombres había quienes hacían propaganda nazi o elaboraban planes de fuga (si se quiere, algo coherente con su condición de beligerantes), exacerban los ánimos y ofuscan la capacidad de análisis de mucha gente.

Holger Meding, basándose en documentación del Ministerio de Relaciones Exteriores, afirma que hubo una fuerte presión británica en los días de Pascua de 1940: o el gobierno argentino internaba a los marineros, o se dilataría la renovación del acuerdo de compra de carnes argentinas. Esta habría sido la razón de la internación. Por nuestra parte, comprobamos un giro en la opinión, no sólo a partir de lo que dicen los diarios, sino también de lo que cuentan los propios marinos del Spee.
Los comprensibles intentos de fuga de los internados generan críticas en la prensa. Estas críticas crecen cuando en El Sauce (provincia de Córdoba), un grupo revoltoso, pasado de copas, arría la bandera argentina e iza la alemana. Se difunde la noticia de que el pabellón celeste y blanco ha sido quemado. Los “Spee” se defienden alegando una conjura aliadófila. Los periódicos publican ahora, a mediados del ’40, cartas con conceptos hirientes contra los Spee. Según el Diario “Córdoba”, se valen del subsidio que les paga el gobierno argentino para no buscar trabajo, pasan sus días en lugares de esparcimiento, y hacen propaganda al régimen nazi. Conociendo la laboriosidad y las historias de vida de los Spee, los dos primeros cargos son difíciles de creer.
A tal punto llega la sensación de alarma de los internados, que cuando van al cine lo hacen en grupo, y en el colectivo se ubican espalda contra espalda “por si alguno quería darnos una cuchillada”. Los argentinos de los años 40, divididos agriamente entre proyectos confrontados, fuimos capaces de infligir estos miedos.
Mientras, algún conspicuo argentino se arrimaba al capital o al poder alemán sin que nadie lo amenazara. El general germanófilo Basilio Pertiné, Ministro de Guerra (y suegro de un futuro Presidente de la Nación), estaba en el directorio de la Siemens Schuckert, empresa que colaboró en la fuga de oficiales, junto a su asesor el capitán de navío César Urien, padre de la esposa de otro presidente. Alfredo Fortabat impulsaba su industria cementera de Loma Negra con capitales alemanes. Y cuando se sancionó a los Eichhorn de La Falda por haber apoyado al partido de Hitler, nadie recordó que Henry Ford había contribuido “de manera decisiva” con el movimiento nazi (según diploma firmado por el Führer.)
Es que los pequeños siempre están más expuestos a los giros de la opinión pública y a quienes manipulan sus timones.
Las guerras dan para todo. Por los mismos años hay tenidas masónicas en las Estancias Leleque y El Maitén (Chubut) donde se cifran mensajes para el espionaje inglés; y tenidas satánicas de la Fundación Thule en Florencio Varela, desde donde se organizan las fugas, y adonde después vendría a reparar las cosas la Virgen de Schoenstatt, en tardía contraofensiva católica alemana, para compensar. Las creencias también son armas de guerra. La Associated Press y la Trans Ocean dan gratis la noticia del mismo combate con distinto vencedor. La arqueología descubre escrituras rúnicas en el Paraguay e influencias arias en Santiago del Estero.
Convengamos en que no era fácil vivir en la Argentina de la década de 1940. Difícil para un nativo, el desafío se duplicaba para un extranjero sin fortuna.
En los años de la internación, los Spee se nos aparecen buscando lugares y ocasiones para vincularse con esa sociedad desgarrada de la que eran huéspedes forzosos, y en la que luego buscarían permanecer. Formar un equipo de fútbol, ir al Club Italiano para dar un espectáculo de gimnasia con aparatos, ir a los bailes o al cine (aunque resultara peligroso). En fin, casarse. De los que se quedan en Argentina, 285 marineros contraen matrimonio con “Volksdeutsche” o con criollas.

Otras agonías: reclasificaciones, reubicaciones, repatriación

Los giros de la guerra y de la política exterior argentina repercutían sobre los internados. El poder los clasifica y los reubica. En 1943 se produce una redistribución, por motivos no explicitados. Unos 330 marineros van al aislado Hotel Casino de Sierra de la Ventana. Los que permanecen en sus destinos temen ser redistribuidos. Un segundo reparto, a fin de 1943. En 1944 sólo permanecen en territorio argentino 6 de los 50 oficiales, confinados en Finca La Beba, Florencio Varela.
En 1945, otro bandazo. El gobierno argentino declara la guerra a Alemania. Siguiendo una arraigada costumbre nacional, un gobierno de facto adoptó la importante decisión por decreto el 27 de marzo. Casi de inmediato, y por otro golpe de decreto, se declaró a los Spee “prisioneros de guerra”.
Hubo casamientos de último momento, cuando ya se veía venir el fin de la guerra y aún después. Quizás el afecto se mezclaba con el cálculo, buscando una estrategia para quedarse en la Argentina.

La declaración de guerra argentina se había producido tan sólo cinco días antes de terminar las hostilidades. Tras el fin, un nuevo decreto declaró a los Spee sujetos a repatriación. Se los captura con un despliegue de fuerza que los interesados recuerdan como ignominioso. Los que habían elegido el Uruguay tienen más suerte: si están casados, se les permite permanecer allí. En la Argentina se produce otra oleada de fugas: esta vez los que se ocultan son recientes maridos y padres de hijos pequeños.
Los que aceptan las órdenes vuelven a cruzar el mar en un barco inglés. Llegan a una Alemania devastada y hambrienta. En el camino algún oficial británico los despojó de relojes y bienes personales. Buscan a sus parientes, procuran encontrar un empleo. Aún hoy recuerdan cómo se distribuía el hambre en su patria: cada uno tenía su caja con un candado para guardar el pan; se acopiaban cupones para hacer un buen guiso con carne de buey por semana; los mayores cedían una porción de carne para los niños que pedían comer algo más; los comestibles llegados de Argentina eran bienes preciosos, decisivos para la supervivencia – pero el embalaje tenía que ser muy correcto, pues de lo contrario desaparecían por el camino. Un cigarrillo valía 8 RM, y con la venta de varios de ellos se podía conseguir una barrita de margarina. A veces hubo que pedirle a un pariente que se fuera de casa, porque era imposible sostenerse. Quien tenía unos metros cuadrados de tierra y cultivaba unas papas estaba a salvo. Los fugitivos que volvían del Este no eran bienvenidos, porque se arriesgaba la subsistencia de todos...

Pasaron dos años y medio. Ahora el poder de los aliados volvía a clasificarlos. Tenían que conseguir el certificado de desnazificación (antes se debía acreditar la pureza étnica; ahora, la pureza política). Luego, obtener el permiso de salida (TTD). Al fin, la tenacidad era premiada con el regreso, con pasajes en barco o en avión pagados por las mujeres que esperaban en Argentina. Y un nuevo desgarrón, al separarse de los padres, amigos o familiares de aquel lado.

Regreso sin gloria

Hacia mediados o fines de 1948, en su mayor parte los Spee están de vuelta en Argentina, luego de nueve años de vueltas, tumbos, reclasificaciones, reubicaciones...
Los más afortunados consiguen empleo cerca de sus familias argentinas recobradas. Esos chicos nacidos o crecidos en su ausencia los miran con extrañeza... Otros toman el camino de Buenos Aires, donde se emplean en la Merck, la Orbis, la Siemens, o abren talleres particulares. La naciente industria de los refrigeradores domésticos, la IAME, fábrica estatal de automotres, la Kaiser, primera automotriz privada moderna, les ofrecen otras fuentes de empleo. En general, tienen capacidades que los hacen valiosos para una industrialización incipiente.
Pero son hombres rotos. No pertenecen a un mundo ni a otro. Intentan reproducir la prolijidad del paisaje alemán (más bien el paisaje bávaro o el orden de las barracas), en Sierra de la Ventana, Villa Warcalde, Villa General Belgrano o Florecio Varela. Cortan estrictamente a la misma medida los palitos de los cercos.
Algunos van y vienen, más de una vez. Vuelven allá y no encuentran a ese amigo que quedaba. O si lo encuentran “después de una mañana, no había más para decirnos”. Acompañan a su madre en Alemania en los últimos años, cuidando que ella tenga una vivienda y pueda comer cada día. Vuelven acá y se trenzan en litigios con esos hijos distantes, de quienes alguna vez no se ocuparon, y con quienes ahora no se hablan, aunque vivan en la casa de enfrente.
Los hijos suelen parecerse más a su tiempo que a sus padres. El Club Alemán o la Escuela Alemana ya no son de esos hijos, y tampoco son ya como los viejos quisieran.
¿Acaso algún combatiente concluye bien su vida? Uno me dice “Soy casi más argentina”: un deseo más que una certeza, dicho en un idioma balbuceado.
No hay historia con desarrollo sencillo ni con final feliz. La tortuosidad, la difracción, son precisamente los rasgos que tenemos que buscar y rescatar, para comprendernos mejor. Porque más acá del relato con héroes rubios y finales cómodos, quedan las vidas averiadas de los Spee. Llevan las marcas del nazismo y su derrumbe, pero también las de nuestra guerra civil encubierta.

Hoy presencian otra guerra; tras las clarinadas están como antaño los que manejan y seleccionan, los que dictan horóscopos y noticias, los que clasifican a los cautivos en un mundo cautivo. Todo está en guerra, como de costumbre en estos últimos tiempos. Y hoy, lo descubrimos con ellos, casi todos somos “Spee”.

El autor agradece a los ex marineros del Graf Spee y a sus hijos (Kart Peckhaus, Hans Prokof, H. Schmidtke, Martin Voigtlander) que han brindado sus testimonios para este trabajo. Para el mismo ha consultado también los archivos del diario La Voz del Interior.
(Córdoba, año 2003).

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